Tom Hardy, Austin Butler y Jodie Comer brillan en este drama que abandona un poco la carretera para enfocarse en la dinámica humana y violenta del grupo.

Cuando se trata de motociclistas en la pantalla, usualmente ‘Easy Rider’ (1969), ‘The Wild One’ (1953), ‘Akira’ (1988) y ‘The Loveless’ (1981) son los nombres que vienen a la mente. En años recientes, la serie de FX ‘Sons of Anarchy’ (2008-2014) se ha sumado a este grupo y ahora el turno es para ‘The Bikeriders’, película protagonizada por Austin Butler, Jodie Comer y Tom Hardy, que más allá de retratar el amor por el ruidoso vehículo, nos acerca a su espíritu rebelde y a la búsqueda de libertad que este mundo ofrece.

Escrita y dirigida por Jeff Nichols, y basada en el libro de fotografías de Danny Lyon de 1967, ‘The Bikeriders’ (‘El Club de los Vándalos’ en Latinoamérica) sigue, a lo largo de una década, el surgimiento y la evolución de los Vandals, un club de motociclistas ilegales de Chicago que comienza como un lugar para los marginados locales amantes de las motos, hasta que se convierte en una siniestra pandilla que amenaza la visión y forma de vida del grupo original.

A diferencia de otras historias sobre este medio de transporte donde la acción, la aventura y la adrenalina son sus ingredientes principales, el versátil director de ‘Mud’, ‘Loving’ y ‘Midnight Special’ nos sorprende con una auténtica, cruda y entretenida pieza mucho más humana y contemplativa de la cultura de las motocicletas.

Aunque sí hay combustible, violencia, cerveza y, por supuesto, asfalto, ‘The Bikeriders’ decide no recurrir a un conflicto principal como tal, aspecto que puede ser decepcionante para muchos. En esta ocasión, nos convertimos en testigos de un retrato que captura, lo más honestamente posible, el sentido de comunidad, orgullo y camaradería que existe en la tóxica dinámica del club.

Para ello, la historia recurre a las carismáticas actuaciones de un estelar elenco que conecta con nosotros, de manera inmediata.

Un elenco que brilla y convence

Los Vandals son liderados por Johnny (Tom Hardy), camionero y hombre de familia, a quien se le ocurrió la idea del club después de ver en televisión a Marlon Brando en ‘The Wild One’. Hardy no sólo es extraordinario al interpretar a un personaje que busca, con esfuerzo, emular a otro (en este caso, al Johnny Strabler de Brando), sino también al dar vida a un ser intimidante, algo sigiloso y melancólico que se da cuenta de que no puede seguir el ritmo de un mundo tan cambiante. Probablemente, una de las mejores actuaciones en la carrera del británico.

Aunque el segundo al mando en el grupo es Brucie (Damon Herriman), uno de sus mejores reclutas ―y el preferido por Johnny― es Benny, un joven solitario de voz suave que opta hablar con los puños y es todo un rebelde sin causa. Personificado magistralmente por Austin Buttler, una vez más el actor nos deja atónitos ante su gran talento. Desde el primer momento que sale en pantalla, Benny brilla gracias a su magnetismo, carácter intrépido, sentido de lealtad y, seamos honestos, sex appeal. Es inevitable no sentir la presencia de un James Dean en este personaje.

A medida que la historia empieza a tomar ritmo, gradualmente nos familiarizamos con otros integrantes del salvaje club: Cockroach (Emory Cohen), llamado así porque una vez se comió un insecto; los estrafalarios y mejores amigos Corky (Karl Glusman) y Wahoo (Beau Knapp); el elocuente y apasionado mecánico de la Costa Oeste Cal (Boyd Holbrook); y el muy singular Zipco (Michael Shannon, habitual colaborador en las producciones de Nichols), un hombre de aterradora mirada y con un profundo odio hacia los “pinkos”. Completando el conjunto, y casi eclipsando al personaje de Shannon, se suma el motociclista californiano Funny Sonny, interpretado por un encantador, muy divertido e irreconocible Norman Reedus.

A pesar de las peculiares historias de estos hombres, es una verdadera lástima que su tiempo en pantalla (especialmente los de Shannon y Holbrook) sea corto, especialmente porque la cinta dura casi dos horas. Los vemos interactuar, y hasta empatizamos con ellos, pero queremos conocerlos más.

En medio del estudio de la muy masculina dinámica de los Vandals, es sorprendentemente gratificante ver que su historia es narrada por una mujer: Kathy (Jodie Comer), el interés amoroso de Benny quien abandona el estereotipo para convertirse en el corazón y el alma de la película.

Con un marcado y pícaro acento del Medio Oeste, Comer nos entrega una actuación ágil y precisa al retratar a una mujer que, más allá de recordar el tiempo que pasó con el club, encontró la manera de sobrevivir en este creciente mundo tóxico. Esto lo conocemos gracias a sus sinceras conversaciones con una versión del propio Lyon (un Mike Faist infrautilizado), quien simplemente está ahí para llevar registro.

Una mirada realista a las dinámicas dentro del grupo

A pesar de la nostálgica y muy bien lograda atmósfera creada por el director de Fotografía Adam Stone y el diseñador de Producción Chad Keith, la ambientación de ‘The Bikeriders’ llega a convertirse en un elemento muy ambicioso, a tal punto que sus saltos en el tiempo pueden ser distractivos. En algunas ocasiones es confuso seguir el paso de las charlas entre Kathy y Danny precisamente porque no sabemos con seguridad en qué año están sucediendo.

Acompañada por una grandiosa curaduría musical (desde The Animals, The Shangri-Las y Muddy Waters hasta Cream, The Stooges, Dale Hawkins y mucho más), ‘The Bikeriders’ es una reflexión cuasi romántica, sin afán en construir su propio ritmo, sobre el sentido de comunidad, camaradería y lealtad que los hombres han encontrado en la cultura de las motocicletas, durante años.

Es cierto que, la cinta pudo haberle dado prioridad a una historia como tal y no ser solo un encantador vistazo por las dinámicas viscerales y violentas de los Vandals; sin embargo, esto no significa que no sea una película muy bien rodada, a partir de un material que se siente fresco y valioso, y con un carismático y convincente elenco. Simplemente, nos dejó con ganas de más.

Calificación: 7.5/10