En el capítulo anterior (The Empty Hearse), dejamos a Sherlock de vuelta entre los vivos, junto a su inseparable blogger y amigo, el doctor John Watson, y una adición a ésta dinámica con la prometida de John, Mary Morstan.
Allí pudimos ver cómo Sherlock regresó a una vida que no se detuvo mientras estuvo ausente, y logró acomodarse, de cierta forma, a ese nuevo espacio; muy diferente a lo que siempre había conocido.
En ‘The Sign Of Three’, y como se insinuó en el primer episodio, John contrae matrimonio con Mary. Ahora, esto no debería ser una cuestión trascendental; la gente se casa a diario. En las series sucede casi todo el tiempo. Es un evento normal, por supuesto.
Pero si hay algo que todos ya deberíamos tener claro, es que nada es normal cuando se trata o tiene que ver con Holmes.
Este episodio, el cual vieron cerca de 9 millones de televidentes en su estreno en Reino Unido, logra el mayor desarrollo de personajes que ha tenido la serie en su existencia. Vemos a un Sherlock Holmes que es consciente de lo que sucede a su alrededor y de lo que quiso deliberadamente hacer a un lado, en el pasado.
Es un avance significativo y, además muy diciente, de lo que vivió en esos dos años lejos de casa porque una aventura de tal magnitud como querer acabar en su totalidad una red terrorista/criminal/narcotraficante/etcétera, casi que por sus propias manos, tiene que cambiar a esa persona sin importar qué tanto de “detective consultor” tenga o que tan metódico y analítico puede llegar a ser.
Sherlock sabe que el matrimonio de John va a generar un cambio en su dinámica, a pesar del cariño que notablemente le tiene Mary y que él le regresa, otro cambio significativo en la personalidad del protagonista.
‘The Sign of Three’ se hila con uno de los casos en los que Sherlock y John trabajan antes de la boda, y es el discurso del padrino, durante la recepción, el que narra todos estos sucesos, demostrando una vez más el extraordinario talento analítico y deductivo que domina Sherlock. Sin embargo, al elevarlo a un nivel extremo debe moverse hacia un terreno más familiar, para ser capaz de ver con claridad, lejos del análisis, si hay vidas en juego.
Es en este momento donde entendemos, quizá, el verdadero significado que tiene John para él. Es Watson quien, en palabras del propio detective, “lo mantiene en el camino” cuando se centra en si mismo y está en su “palacio mental”; va más allá de la simple escena del crimen cuando se trata de personas a tener en cuenta, para llegar a la conclusión del caso que termina desarrollándose dentro de la boda.
En términos de producción, dirección, cinematografía y libreto, definitivamente sigue sorprendiendo el empeño y el cuidado al detalle que la BBC tiene con cada uno de los elementos que constituyen a esta gran serie, que hacen casi tolerable la larga espera entre temporadas.
El capítulo brilla, además, por un elemento de comedia que es perfectamente desarrollado y que no se siente ajeno a la línea habitual del programa. Éste, sin duda alguna, es uno de los mejores episodios de los nueve que ya existen, y que tiene la peculiaridad de hacer sentir al televidente como parte de la celebración.
Es fascinante ver el crecimiento que Sherlock tiene como ser humano; cómo se producen estos cambios gracias a las personas que tiene a su alrededor; y es más interesante ver el nivel de empatía que se tiene con el personaje en determinados momentos del episodio, que son indiscutiblemente vitales e importantes para lo que resta de la temporada.
Tengan cuidado al parpadear, ¡hay detalles que van a ser de gran importancia en el desarrollo del final de la tercera temporada!